Un viento de locura recorre el mundo, un aire perverso que nos contagia
y nos hace hienas, nos pervierte los sentidos y nos convierte en fieras.
Qué clase de locura puede hacer que un hombre quiera matar a un
semejante, simplemente por ser de otro país, de otra raza o de una creencia
religiosa distinta.
Y en este tiempo de cinturones explosivos y de locura yihadista, resulta
que es trasnochado “el pacifismo utópico”, como cuentan, cacarean y vociferan
los responsables políticos de partidos diversos en media Europa.
Hoy puede leerse en EL PAÍS,
un comentado artículo con esas tesis: “ruboriza la reaparición de los eslóganes
‘No a la guerra’ y ‘No en mi nombre’ (…) El pacifismo utópico es la agarradera
convencional de los alcaldes de órbita de Podemos al que se han adherido unos
cuantos intelectuales y gentes de la cultura, entre cuyos argumentos
sesentayochistas…”
O sea, que hay que decir que ¡sí a la guerra!, sin más, sin medias
tintas, sin pensar que pueden morir miles de inocentes. No hay términos medios
para esta gente que no se cuestiona de dónde salen las armas, ni el origen y
destino del dinero que compra voluntades, ni quién hace negocio con la guerra.
La solución del mundo actual no es otra que la guerra, el lanzamiento de
misiles y bombas contra ciudades lejanas, la muerte de soldados y de civiles,
de hombres y mujeres, de niños y mayores.
Por eso, y para que no me llamen “utópico pacifista trasnochado, con
argumentos sesentayochistas”, voy a decir que sí: “Sí a la guerra (sin balas ni
puñales) contra los miserables que se enriquecen con el asesinato y la muerte
de pueblos enteros; sí a la guerra contra los canallas que envían a otros a
matar y morir; sí a la guerra contra la pobreza y sí a la guerra decidida contra
la ignorancia. © JOSÉ GARCÍA
No hay comentarios:
Publicar un comentario