Los juegos, todos los
juegos de azar, con cierta moderación, no acarrean problemas a quienes lo
practican. Claro, que hay jugadores compulsivos, enfermos, que necesitan
atención psicológica y la comprensión de sus vecinos y amigos. Hay familias que
sufren los avatares y las calamidades de vivir con un ludópata, un adicto al
juego, capaz de jugarse lo que tiene y lo que no, en una timba, una máquina o
un casino...
Pero
sin llegar a esos extremos, un español medio suele comprar varias papeletas de
sorteos que vende cualquier asociación, participaciones y décimos de lotería,
cupones de la ONCE o de los ‘hermanos calabreses’, rifas de viajes de estudio,
boletos de primitiva o bono loto y quinielas. Algún que otro día jugamos al
bingo o nos sentamos en una mesa de julepe con los amigos, las
tragaperras nos llaman con sus músicas atractivas y alguna vez al año visitamos
un casino. En fin, que jugamos, jugamos para conseguir un perrito piloto, o una
muñeca chochona, que eso si que tiene
narices.
La
propaganda oficial dice que España va bien, pero si jugamos tanto, seguro que
no es porque nos sobra el dinero y no sabemos qué hacer con él… © JOSÉ GARCÍA
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