Todavía
sangra mi espalda por las imágenes en las que unas pobres mujeres de Sudán,
recibían (con escarnio público) varios latigazos, por el ‘alevoso’ crimen de
ponerse unos pantalones que ‘su’ religión y costumbres no admiten.
Todavía me duele el corazón, por
conocer la noticia de esa mujer embarazada,
también de Sudán, que ha sido condenada
a la horca por casarse con un cristiano, algo que no se admite: las mujeres musulmanas no están autorizadas a
casarse con hombres no musulmanes y tales matrimonios son considerados
inválidos. Por ello, además de la pena de muerte, sufrirá castigos (el látigo)
mientras se ejecuta la sentencia.
Y está el secuestro
y violación de esas niñas de Nigeria, a manos del fanático islamista Boko
Haram, que ha conmocionado a medio mundo, ese medio mundo que se dice
civilizado pero que, enseguida, mirará hacia otro lado, como hace (hacemos)
frente a todo tipo de abusos contra los derechos humanos, especialmente de las
mujeres, en todo el planeta.
Y qué curiosa es la
historia de las costumbres y las leyes, religiosas o no, de la mayoría de
países del llamado tercer mundo, que castigan y condenan a las mujeres con
dureza, mientras que son complacientes con los hombres: la mujer violada es
adúltera, la mujer maltratada es merecedora de ello, la mujer enamorada es
culpable, la mujer que se viste con pantalones atenta contra las costumbres, la
mujer que se quita el velo es una delincuente…
La mujer en la
plaza, con la espalda cubierta y tapada con un velo, pero rota de dolor y sangrando
por el látigo de unos rufianes que en el reino animal serían pura escoria,
porque en la selva no se escudarían en la ley, ni en la religión, ni en las
costumbres, para humillar, violentar y someter a quienes sólo han cometido el
delito de vivir en un mundo de intereses bastardos, creencias y tradiciones que
pretenden que perviva el dominio de unos seres humanos sobre otros.
Yo sólo espero
que algún día se haga justicia y la mujer, en nombre de todos los oprimidos de
la tierra, devuelva los golpes recibidos y sujete con firmeza el látigo de la
verdad, para destapar las vergüenzas de un mundo cruel que ampara a quienes
cometen estas villanías. © José García
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