Me mira y no sabe quién soy, pero dibuja una sonrisa,
mientras sus ojos escrutan a su alrededor, desconcertados.
Vuelve a mirar y balbucea unas palabras inconexas, que finjo
entender.
Le saludo como si acabara de llegar, y sonríe nuevamente,
como si me viese por primera vez y supiese quién soy. Su rostro se ilumina porque
se da cuenta que soy alguien muy cercano, muy querido.
Dice que quiere irse a su casa y se levanta, y se vuelve a
sentar, y pregunta por su madre.
Un día tiene cien y, al rato, diez años.
Se enfada, se ríe, llora, grita, habla, calla, mira, se
sienta, se levanta…
Me mira y parece conocerme y, poco después, no sabe quién es
el que le acompaña en sus paseos diarios.
Yo si le conozco: es mi padre y sufre la enfermedad de Alzheimer.
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