La
muerte que llega, la luz que se apaga, niños que mueren, gente que comparte dolor, miseria y muerte, con agujas infectas o relaciones sin red, la
red de la vida. Más de treinta años, millones de muertos y de infectados... ¡El
Sida!
Muere
la gente por esta pandemia moderna. Más los pobres de África, ¡a millones!,
porque se invierte poco y se les abandona a su suerte. Mueren y se infectan por
reutilizar agujas asesinas, por no utilizar preservativos en sus relaciones
sexuales. Mueren las gentes por compartir el pico mortal, por amar sin
protección. Y la Parca engorda con cada acto sin
condón y
cada inyección compartida.
El Sida vive en la incultura de los pueblos, en la
pobreza de las gentes, en la ignorancia de los jóvenes, en la agonía de los
drogadictos, en la falta de fondos para la investigación. Millones de muertos,
y peor, ¡los muertos vivientes!, peor las agonías, los dolores, las
incomprensiones, la intolerancia. Peor la muerte en vida. El SIDA, la epidemia que cabalga entre dos
siglos, que se ríe del progreso y de las investigaciones médicas.
Han pasado los años y, afortunadamente, se han ido
superando algunas creencias erróneas, ideas sobre la homosexualidad, la drogadicción,
las razas..., desde aquellos primeros días en los que se pensaba que era un
asunto de homosexuales, apestados por una maldición divina, se ha avanzado
algo, no lo suficiente, sobre todo porque los fondos son paupérrimos para
combatir al enemigo mortal. Los países civilizados, prefieren invertir más
dinero en tanques tradicionales, que en otros estudios y armas, para luchar
contra un enemigo mucho más peligroso que cualquiera al que pueda destruirse
con aviones de combate: EL SIDA.
El Sida, que acabará por destruir naciones enteras, sigue
su batalla contra la humanidad. Hay que parado, cortarlo de raíz, rompiendo las
agujas y usando condones para evitar su progresión, mientras que los
científicos descubren la manera de erradicado. © José García